EL PORQUÉ
Durante mucho tiempo utilicé la expresión “otro día en el paraíso” para
definir un día patético, de los que quieres borrar de tu mente o que nunca
hubieran pasado, uno de esos días que desde que te levantas de la cama hasta
que te vuelves a meter en ella todo ha salido al revés de como esperabas o
tenías planeado, incluso aquellos días de sorpresas indeseables.
También hace bastante tiempo que decidí utilizar esta frase como el titulo
de mi Blog aunque de tanto pensar llegó un espabilado y me pisó el nombre por
lo que me jodió el invento. Menos mal que aun me quedaban neuronas activas para
seguir pensando y llegué a la conclusión de que utilizando algún sinónimo
podría titularlo de manera similar, de ahí el motivo del cambio del vocablo paraíso por edén, no sin antes haber
rebuscado en un manido libro de sinónimos que lleva años en mi biblioteca
particular, un librito que si ladrase sería mi más fiel mascota ya que lleva
conmigo desde la infancia. Al ver la palabra/sinónimo “edén” mi cuerpo
se estremeció como si al final de una de tantas conferencias que en el pasado
impartí, Mónica Bellucci se dirigiera a mí y esbozando una sonrisa con sus
sensuales labios carnosos me invitase a su habitación de hotel a discutir
algunos aspectos del temario, lo cual me llevó a la conclusión, después de
mantenerme un buen y prolongado tiempo disfrutando de mi particular
estremecimiento, que debió ser una señal del destino ya que es la palabra
exacta que utilizo para definir el lugar donde vivo.
Cuando vivía en Sevilla utilizaba esta frase casi a diario; debía ser por
las sensaciones placenteras que me producía vivir en la ciudad trabajando sin
descanso como directivo de una gran empresa multinacional, en un entorno de
continuo estrés y bajo la atenta mirada de una sociedad envidiosa,
competitiva, insaciable y voraz. Aunque he de reconocer que tras balbucear las
cinco palabras que componen esta frase mi mente activaba un sistema de emersión
similar al de un escudo antidepresivo que me llevaba directamente de sumergirme
en un lago de hastío e infelicidad al bar más cercano a tomar la primera copa,
y de esa hasta la última siempre repetía la misma cantinela: “por favor, un
cutty sark con cola light”; si hubiese nacido hace dos siglos seguramente
diría: “tabernero, póngame un whisky doble” pero para que tener nostalgia de un
espacio temporal que desconozco y, sobre todo, después de haber conocido el
sabor de tan rica mezcla y el efecto que producen las burbujitas de esa bebida
oscura e internacional. Entre copa y más copa un día amanecí con la boca
seca cual esparto y con mucha sed, por lo que me dio por pensar que lejos
estaba del mar, esa inmensa masa de agua, desgraciadamente no potable, pero
cuanta y por todos lados, y caí en la cuenta que mi lugar en el mundo no era
una ciudad de interior, aunque muchos sevillanos pensemos que la costa onubense
es nuestra gran playa. Y lo segundo en lo que pensé es que si un día volvía a
abrir otra oficina seguramente la haría a “dos lunas de viaje” del bar más
cercano, porque a ese paso trasladaría la mesa de juntas al voladizo del
interior de Bestiario y mi despacho al fondo de la barra.
Antes de lo esperado estaba en Marbella, ese peculiar rinconcito de España
donde todos cabemos y cada uno tiene su pequeño mundo de fantasía. Una curiosa
ciudad habitada por personas y variopintos personajes procedentes de los más
diversos y recónditos puntos del planeta, donde cada día es diferente sin que
ocurra nada especial pero que además de estar bañados por este cálido mar
mediterráneo también lo está por la alegría que cada una de sus gentes, un
lugar al que muchos han llegado dejando atrás la carga de la tristeza y que han
hecho de este un espacio para vivir alegremente, una especie de Shangrila, ese
ficticio paraíso terrenal descrito en la novela Horizontes Perdidos de James Hilton y versionada al cine por el gran Frank Capra. Y
puestos a comparar, prefiero este en el que vivo que el novelesco situado en la
cordillera del Himalaya que aunque en la película se describiese como un lugar
idílico entre las montañas nevadas donde había un microclima perfecto para la
procreación y surgía la más bella naturaleza entre valles y riachuelos yo nunca
vi mar ni playa, un bar de copas y mucho menos algo parecido a Puerto Banús ni
Olivia Valere.
Así que abandoné la ciudad que me vio crecer, que adoro y admiro, dejando
todo lo poco que allí tenía: chalet en el aljarafe, apartamento en el centro,
la gran empresa multinacional, esposa y mi “adorada” familia política, y fijé
mi residencia en la perla de la costa del sol donde cada día regreso a la cama,
y no siempre la mía, con una sonrisa y una frase cuyo sentido ahora es
totalmente diferente al que un día llevaba en mi equipaje desde Sevilla, “otro
día en el edén”, ahora sí que lo es y si que en él estoy.
¡Ay mi Sevilla! cuanto la echo de menos…cuando voy a Cuenca (que me
disculpen los conquenses a los que felicito por su hermosa ciudad que jamás he
visitado)
Y que tal se vive en el Edén?...
ResponderEliminarComo se vive en el paraíso, mejor imposible
ResponderEliminarHay momentos en la vida en el que el Edén se encuentra donde menos te lo esperas. Sabias palabras escritas en letras. Esto promete!!!!
ResponderEliminarCreo firmemente que nada es casual sino causal. A través de estas letras me siento como imagen especular tuya, que causalidad! Y te he conocido, y estoy en Marbella, y también mi mujer se que do en sevilla
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