jueves, 19 de julio de 2012

LA BOTADURA



                      LA BOTADURA


Hay situaciones que se desarrollan de la manera menos esperada ante la respuesta más inocente.

Estaba reunido con un amigo disfrutando de una charla distendida en la que tratábamos varios temas banales, entre ellos la náutica, cuando en un momento dado, este amigo me comenta que tiene una moto acuática. Como grandes amantes del deporte y expertos marinos comenzamos a enumerar batallitas en las que habíamos participado de una manera u otra surcando todos los mares de la tierra e incluso los océanos de Marte que han aparecido en algún National Geographic. Estábamos ciñéndonos en la silla con la mayor a todo trapo mientras degustábamos unos riquísimos flamenquines y refrescábamos nuestras sedientas gargantas con el jugo de una riquísima sangría, cuando en un impás para el resuello mi amigo se sincera y me comunica que la moto está guardada en el garaje de su urbanización desde el verano pasado y que necesita un remolque para trasladar esta hermosura hasta Puerto Banús para botarla, otrora infanta del mediterráneo y tormento de los bañistas, y dejarla atracada junto al barco de su propiedad.  Sin esperarlo, la pregunta ya se había lanzado al aire y se hallaba en mi espacio auditivo:

- ¿Sabes de alguien que tenga un remolque para trasladar la moto de mi casa a
   Puerto Banús?

Mi cabeza, cual Notebook de última generación con procesador de varios núcleos y software updated, comenzó una búsqueda instantanea y veloz por toda su base de datos hasta que se paró en la persona adecuada. Escuché un warning interior y sin perder un segundo descolgué virtualmente mi iPhone pulsando en la agenda “el solucionador”. Reformulé la pregunta y su respuesta fue rápida:

- Yo.- ¿tienes un remolque para trasladar una moto hasta Banús?
- El Solucionador.- algo podremos hacer; dame unos minutos y te llamo de
                             nuevo
- Yo.- Pero gratis, que para pagar ya habrá tiempo
- El Solucionador.- No esperaba menos de ti. ¿Tienes vehículo con bola?
- Yo.- algo podremos hacer; dame unos minutos y te llamo de nuevo (no es una
          repetición, es la jerga portuaria, quiere decir, “por mis huevos que lo
          consigo”)

Tras una breve consulta, mi amigo disponía de vehículo preparado para realizar tan magna tarea.

Yo.- Tenemos coche. ¿A qué hora nos vemos y cuando?
El solucionador.- A partir de mañana cuando quieras, pero yo no puedo ir, se va
                           a encargar “el técnico”

Al cabo de unos minutos ya teníamos vehículo para enganchar de no sabemos quién, remolque disponible de desconocida procedencia, un encargado de la maniobra (al menos conocido) y cita a las 12 del mediodía del día siguiente para proceder a tan delicado y emocionante traslado, ¿hay algo mejor que hacer entresemana en Marbella?

Como curtidos marineros fuimos a celebrar por anticipado la ansiada botadura, regándonos por dentro de vinos y licores de alta graduación en los bares de la capital de la costa del sol, disfrutando de exquisitas viandas y trasnochando como auténticos lobos de mar hasta que el alba despuntó por el horizonte y cual madre amantísima nos requirió a descansar en nuestros merecidos catres.

Como era de prever me desperté cruzado en la cama, con un pie en una de las mesitas de noche, el otro colgando buscando un apoyo en el infinito, la mano intentando meter la lengua dentro de la boca y el mando de la tv bajo la oreja mientras en la pantalla se cambiaban simultáneamente los 40 canales disponibles en esta zona, formando una algarabía de sonidos que ni el descifrador más potente del pentágono podría interpretar. Momento en el que decidí hacer una breve y concisa llamada para retrasar el tema:

Yo.- Creo que deberíamos quedar a la 1
Amigo.- Bueno, por mi no te preocupes, si quieres lo dejamos para las 3 que yo anoche
             cerré Olivia Valere.
Yo.- Ups, esto empieza regular...

De repente, recibo una llamada. Una amiga:

-¿Qué haces?
- Iba a entrar en la ducha (cierta mentirijilla que decimos por inercia y sin motivo cuando
  en realidad estamos con la sábana hasta las cejas) voy a ayudar a trasladar una moto
  acuática hasta Banus. ¿Te quieres venir?
- Si, pero he quedado con mi amigo el médico, ¿puede venir también?

Sin consultar, y como de otro acto reflejo se tratase, contesté afirmativamente y ahí, en ese preciso instante, me vi llegar lo peor, el día sería muuuuy largo… Se acababa de cerrar el círculo, el equipo estaba completo.

Todo evento de cierta envergadura ha de disponer de un equipo especializado y altamente cualificado:
El promotor, mi amigo; el intermediario, yo; el solucionador, el lobo de mar; el técnico, el ingeniero; la acompañante, el clap; un médico y, llegaran mas…

A las 13 horas, tal como estaba previsto llegué con mi amiga al lugar donde habíamos quedado con el promotor, quien ya nos esperaba en su “coche con bola”, un Jeep Grand Cherokee legendario, y no porque ese modelo se denomine así, si no porque debió ser el primer Grand Cherokee que entró en España  allá por el año 1993. Nos dirigíamos hacia el Puerto a enganchar el remolque cuando detecto algunos defectillos en el vehículo:

Yo.- Se escucha un ruido en la rueda derecha ¿no?, una especie de chirrido
        metálico
El promotor.- Si, es así, es que no tiene frenos, la pinza de la zapata se ha 
                     clavado en el disco.
Yo.- Ah, bueno. ¿Y no crees que la dirección se mueve un poco? parece que te 
       cuesta mantener el vehículo en línea recta
El promotor.- Si, es así, le hemos quitado unos cojinetes de la dirección porque
                      vibraba demasiado  y los neumáticos son cada uno de un perfil
                      diferente, creo que uno de ellos es para nieve.
Yo.- Ah, bueno, al menos funciona.
El promotor.- Bueno, no sé yo, solo engrana una marcha, la cuarta, menos mal 
                     que al ser automático tiene la D1 para salir.
Yo.- Ah bueno, de todas formas de tu casa al Puerto casi todo se hace en 
       descenso, veremos cómo es el regreso.

El trayecto se hizo sin problemas y pronto llegamos al varadero donde nos esperaba el médico con su sombrero de paja calado para protegerse del incombustible sol. Hice una llamada a el técnico quien me contestó que tardaría unos minutillos, a lo que el médico sabiamente aprovechó para proponer que tomáramos una cerveza y calmar esta tensa espera,  así que sin más dilación nos apostamos en el chiringuito más cercano y nos bebimos las primeras cañas del día. ¡Qué bien sienta una cervecita en ayunas y con resaca!, o eso dicen… Yo tengo por costumbre hacer caso explícito a todo lo que me recomienda mi médico, incluso en estos casos.

Enganchamos el remolque y cuando estábamos a punto de cruzar la cancela del varadero el técnico pregunta:

- ¿tienes una placa de matrícula para el remolque?, es que está matriculado en
   Bélgica, y si nos paran…
- El promotor.-  Ah, no pasa nada, el coche no tiene papeles, perdimos la 
                         documentación y ya decidimos no sacarle el seguro, así que si 
                         nos paran lo mejor es que cada uno salga corriendo por su lado 
- El técnico.- bueno, sabiéndolo, no hay problema

Llegamos a casa de el promotor  y subimos la moto rápidamente, regresamos al puerto a la misma velocidad con la que fuimos por primera vez en la que vimos como una señora con su carro de bebé nos adelantaba en la cuesta del puerto.

Para no recorrer la zona transitada del puerto con el remolque enganchado, se habilita la barrera de salida y se accede al varadero directamente. Pero entre una cosa y otra ya eran las 3 de la tarde, es decir, hora de descanso para almorzar de los operarios del puerto, así que decidimos unirnos al clan de los comilones y marchamos a tomar unos menús como buenos marineros.

El técnico nos lleva a un restaurante en la retaguardia del Puerto con una extensa carta al estilo “Menú 10€”. El almuerzo fue ameno y divertido, el equipo estaba al completo, habíamos escogido concienzudamente el mejor sitio de toda la terraza, justo en en el centro de un pasaje entre dos edificios, es decir, nos habíamos sentado justamente en el embudo por donde pasaba todo el viento de la bahía. Tras unos segundos el plato entraba en fase de pre congelación, los pelos se me habían erizado tanto que tendían a ser cable/resistencia para bombillas, la espalda había soportado tal impacto de fuerza eólica que se podía jugar en ella a pelota vasca, y con disco no con pelota, y el resto de los comensales se había quedado petrificado de tal forma que solo podía hablar con ellos mirándome de lado, entornando los ojos, o girando el torso completamente, así que tal como pedimos el postre nos acercamos a un compresor de aire acondicionado a calentarnos. Si, julio, 4 de la tarde, 5 amigos frente al aire caliente del  compresor de un aire acondicionado industrial en Puerto Banús. Y como hay que apuntillar estos instantes para la posteridad allí aparece el pibón, la hermana de el promotor  y una amiga.

- ¿Por qué os refrescáis con ese aire caliente, no sería mejor esa brisa fresca que 
   corre por ese pasaje? (yo creó que pensó “vaya pandilla de gilipollas”)

Ninguno pudimos contestar, el aire caliente nos había secado la garganta completamente y nuestra cara solo expresaba la estupidez más absoluta. Solo uno de nosotros pudo entrelazar algunas palabras.

- Vamos… a descargar… la moto…, al fin. ¿Quieres venir?
- El pibón.- Vale, pero aparqué el coche lejos, me voy con vosotros en el coche.

Eso lo dijo antes de ver el coche de el técnico, un Alfa 156 versión especial Puerto con tapicería de terciopelo. El médico ofreció su plaza y finalmente nos ajustamos los 6 dentro del coche. Yo y mi 1'94m, y los demás, provocando una de las imágenes que recordará Puerto Banús durante décadas, una muestra de elegancia y majestuosidad que ni el paseo de Miss Daisy.

Lentamente llegamos al varadero y descargamos la moto, tratamos de arrancarla pero estaba sin batería. Era el momento de hacer la llamada más importante del día.

El técnico.- Tenemos un problema, la moto no tiene batería, le he dado una 
                   carga desde el coche pero no es suficiente para que arranque una 
                   vez la pongamos en el agua
El solucionador.- Algo podremos hacer, dame unos minutos y te llamo de nuevo.

No se recibió llamada alguna de retorno, el solucionador apareció a los dos minutos con un booster en la mano (batería portátil con potencia suficiente para arrancar motores de gran cilindrada). Y llegó el momentazo.

La maquina engancha la moto, la eleva y en ella está subido el técnico para controlarla al ser depositada en el agua. Se le ha quitado la tapa para acceder a la batería y el solucionador se ha sentado en la parte trasera del asiento espalda contra espalda con el técnico, el booster en una mano y los cables para conectar en los bornes de la batería en la otra mano. La moto se descompensa levemente en el aire y por un segundo tuve un Dejavu: era pequeño, tenía unos 12 años y estaba disfrutando de la Feria con mis primos cuando decidimos subirnos en un nuevo espectáculo, “El Galeón Pirata”, ese aparato que te mueve como un péndulo hasta ponerte en posición horizontal completamente mientras ves como el resto de personas caen y tú te agarras como un naufrago a lo primero que ves aunque sea la patilla de unas gafas o los cordones de unas bambas que vuelan por el aire.

El solucionador me mira, sus ojos expresan, “lo colgaba de una de estas cinchas”. El vaivén se había neutralizado pero pronto toparon con el agua, y en ese momento el técnico acelera; el solucionador era una especie de maniquí de pruebas de choque totalmente descoordinado, todo en él era una figura imposible; el cuerpo encorvado trataba de mantenerse erguido, las manos dentro del hueco de la batería enganchando los cables, las piernas por arriba sin apoyo alguno y de esa cavidad manaban miles de chispas procedentes de cada uno de los intentos de conectar los cables, a la vez que se escuchaba una voz ronca y profunda:

- El solucionador.- ¡¡para coño, para ya!! ¿Me vas a llevar a Algeciras así?
- El técnico.- Esto no tiene freno, creo yo…
- El solucionador.- Como no va a tener freno una moto, ¡tira de la palanca!

No hizo falta, la moto paró al chocar contra el embarcadero. Ambos quedaron sobre el manillar, la batería chispeando y el operario finalizó, “bueno, cuando dejéis de jugar me avisáis”. El solucionador anotó otra cara más en su particular lista de asesinables de ese día.

Una hora después, la moto estaba atracada y nosotros descansando tras una durísima jornada.

El equipo había funcionado como un reloj caribeño y el trabajo se había realizado en el tiempo previsto, 6 horas de nada.

Esto sí que es “otro día en el edén”.

domingo, 15 de julio de 2012

EL PORQUÉ


                                 
                        EL PORQUÉ

Durante mucho tiempo utilicé la expresión “otro día en el paraíso” para definir un día patético, de los que quieres borrar de tu mente o que nunca hubieran pasado, uno de esos días que desde que te levantas de la cama hasta que te vuelves a meter en ella todo ha salido al revés de como esperabas o tenías planeado, incluso aquellos días de sorpresas indeseables.

También hace bastante tiempo que decidí utilizar esta frase como el titulo de mi Blog aunque de tanto pensar llegó un espabilado y me pisó el nombre por lo que me jodió el invento. Menos mal que aun me quedaban neuronas activas para seguir pensando y llegué a la conclusión de que utilizando algún sinónimo podría titularlo de manera similar, de ahí el motivo del cambio del vocablo paraíso por edén, no sin antes haber rebuscado en un manido libro de sinónimos que lleva años en mi biblioteca particular, un librito que si ladrase sería mi más fiel mascota ya que lleva conmigo desde la infancia. Al ver la palabra/sinónimo “edén” mi cuerpo se estremeció como si al final de una de tantas conferencias que en el pasado impartí, Mónica Bellucci se dirigiera a mí y esbozando una sonrisa con sus sensuales labios carnosos me invitase a su habitación de hotel a discutir algunos aspectos del temario, lo cual me llevó a la conclusión, después de mantenerme un buen y prolongado tiempo disfrutando de mi particular estremecimiento, que debió ser una señal del destino ya que es la palabra exacta que utilizo para definir el lugar donde vivo.

Cuando vivía en Sevilla utilizaba esta frase casi a diario; debía ser por las sensaciones placenteras que me producía vivir en la ciudad trabajando sin descanso como directivo de una gran empresa multinacional, en un entorno de continuo estrés  y bajo la atenta mirada de una sociedad envidiosa, competitiva, insaciable y voraz. Aunque he de reconocer que tras balbucear las cinco palabras que componen esta frase mi mente activaba un sistema de emersión similar al de un escudo antidepresivo que me llevaba directamente de sumergirme en un lago de hastío e infelicidad al bar más cercano a tomar la primera copa, y de esa hasta la última siempre repetía la misma cantinela: “por favor, un cutty sark con cola light”; si hubiese nacido hace dos siglos seguramente diría: “tabernero, póngame un whisky doble” pero para que tener nostalgia de un espacio temporal que desconozco y, sobre todo, después de haber conocido el sabor de tan rica mezcla y el efecto que producen las burbujitas de esa bebida oscura e internacional.  Entre copa y más copa un día amanecí con la boca seca cual esparto y con mucha sed, por lo que me dio por pensar que lejos estaba del mar, esa inmensa masa de agua, desgraciadamente no potable, pero cuanta y por todos lados, y caí en la cuenta que mi lugar en el mundo no era una ciudad de interior, aunque muchos sevillanos pensemos que la costa onubense es nuestra gran playa. Y lo segundo en lo que pensé es que si un día volvía a abrir otra oficina seguramente la haría a “dos lunas de viaje” del bar más cercano, porque a ese paso trasladaría la mesa de juntas al voladizo del interior de Bestiario y mi despacho al fondo de la barra.

Antes de lo esperado estaba en Marbella, ese peculiar rinconcito de España donde todos cabemos y cada uno tiene su pequeño mundo de fantasía. Una curiosa ciudad habitada por personas y variopintos personajes procedentes de los más diversos y recónditos puntos del planeta, donde cada día es diferente sin que ocurra nada especial pero que además de estar bañados por este cálido mar mediterráneo también lo está por la alegría que cada una de sus gentes, un lugar al que muchos han llegado dejando atrás la carga de la tristeza y que han hecho de este un espacio para vivir alegremente, una especie de Shangrila, ese ficticio paraíso terrenal descrito en la novela Horizontes Perdidos  de James Hilton y versionada al cine por el gran Frank Capra. Y puestos a comparar, prefiero este en el que vivo que el novelesco situado en la cordillera del Himalaya que aunque en la película se describiese como un lugar idílico entre las montañas nevadas donde había un microclima perfecto para la procreación y surgía la más bella naturaleza entre valles y riachuelos yo nunca vi mar ni playa, un bar de copas y mucho menos algo parecido a Puerto Banús ni Olivia Valere.

Así que abandoné la ciudad que me vio crecer, que adoro y admiro, dejando todo lo poco que allí tenía: chalet en el aljarafe, apartamento en el centro, la gran empresa multinacional, esposa y mi “adorada” familia política, y fijé mi residencia en la perla de la costa del sol donde cada día regreso a la cama, y no siempre la mía, con una sonrisa y una frase cuyo sentido ahora es totalmente diferente al que un día llevaba en mi equipaje desde Sevilla, “otro día en el edén”, ahora sí que lo es y si que en él estoy.

¡Ay mi Sevilla! cuanto la echo de menos…cuando voy a Cuenca (que me disculpen los conquenses a los que felicito por su hermosa ciudad que jamás he visitado)