LA BOTADURA
Hay situaciones que se
desarrollan de la manera menos esperada ante la respuesta más inocente.
Estaba reunido con un amigo
disfrutando de una charla distendida en la que tratábamos varios temas banales,
entre ellos la náutica, cuando en un momento dado, este amigo me comenta que
tiene una moto acuática. Como grandes amantes del deporte y expertos marinos
comenzamos a enumerar batallitas en las que habíamos participado de una manera
u otra surcando todos los mares de la tierra e incluso los océanos de Marte que
han aparecido en algún National Geographic. Estábamos ciñéndonos en la silla
con la mayor a todo trapo mientras degustábamos unos riquísimos flamenquines y
refrescábamos nuestras sedientas gargantas con el jugo de una riquísima
sangría, cuando en un impás para el resuello mi amigo se sincera y me comunica
que la moto está guardada en el garaje de su urbanización desde el verano
pasado y que necesita un remolque para trasladar esta hermosura hasta Puerto
Banús para botarla, otrora infanta del mediterráneo y tormento de los bañistas,
y dejarla atracada junto al barco de su propiedad. Sin esperarlo, la pregunta
ya se había lanzado al aire y se hallaba en mi espacio auditivo:
- ¿Sabes de alguien que tenga
un remolque para trasladar la moto de mi casa a
Puerto Banús?
Mi cabeza, cual Notebook de
última generación con procesador de varios núcleos y software updated, comenzó
una búsqueda instantanea y veloz por toda su base de datos hasta que se paró en
la persona adecuada. Escuché un warning interior y sin perder un segundo
descolgué virtualmente mi iPhone pulsando en la agenda “el solucionador”.
Reformulé la pregunta y su respuesta fue rápida:
- Yo.- ¿tienes
un remolque para trasladar una moto hasta Banús?
- El Solucionador.- algo
podremos hacer; dame unos minutos y te llamo de
nuevo
- Yo.- Pero
gratis, que para pagar ya habrá tiempo
- El Solucionador.- No
esperaba menos de ti. ¿Tienes vehículo con bola?
- Yo.- algo
podremos hacer; dame unos minutos y te llamo de nuevo (no es una
repetición, es
la jerga portuaria, quiere decir, “por mis huevos que lo
consigo”)
Tras una breve consulta, mi
amigo disponía de vehículo preparado para realizar tan magna tarea.
Yo.- Tenemos
coche. ¿A qué hora nos vemos y cuando?
El solucionador.- A
partir de mañana cuando quieras, pero yo no puedo ir, se va
a encargar “el
técnico”
Al cabo de unos minutos ya
teníamos vehículo para enganchar de no sabemos quién, remolque disponible de
desconocida procedencia, un encargado de la maniobra (al menos conocido) y cita
a las 12 del mediodía del día siguiente para proceder a tan delicado y
emocionante traslado, ¿hay algo mejor que hacer entresemana en Marbella?
Como curtidos marineros fuimos
a celebrar por anticipado la ansiada botadura, regándonos por dentro de vinos y
licores de alta graduación en los bares de la capital de la costa del sol,
disfrutando de exquisitas viandas y trasnochando como auténticos lobos de mar
hasta que el alba despuntó por el horizonte y cual madre amantísima nos
requirió a descansar en nuestros merecidos catres.
Como era de prever me desperté
cruzado en la cama, con un pie en una de las mesitas de noche, el otro colgando
buscando un apoyo en el infinito, la mano intentando meter la lengua dentro de
la boca y el mando de la tv bajo la oreja mientras en la pantalla se cambiaban
simultáneamente los 40 canales disponibles en esta zona, formando una algarabía
de sonidos que ni el descifrador más potente del pentágono podría interpretar.
Momento en el que decidí hacer una breve y concisa llamada para retrasar el
tema:
Yo.- Creo
que deberíamos quedar a la 1
Amigo.- Bueno,
por mi no te preocupes, si quieres lo dejamos para las 3 que yo anoche
cerré
Olivia Valere.
Yo.- Ups, esto empieza regular...
De repente, recibo una llamada.
Una amiga:
-¿Qué haces?
- Iba a entrar en la ducha
(cierta mentirijilla que decimos por inercia y sin motivo cuando
en realidad
estamos con la sábana hasta las cejas) voy a ayudar a trasladar una moto
acuática hasta Banus. ¿Te quieres venir?
- Si, pero he quedado con mi
amigo el médico, ¿puede venir también?
Sin consultar, y como de otro
acto reflejo se tratase, contesté afirmativamente y ahí, en ese preciso
instante, me vi llegar lo peor, el día sería muuuuy largo… Se acababa de cerrar
el círculo, el equipo estaba completo.
Todo evento de
cierta envergadura ha de disponer de un equipo especializado y altamente
cualificado:
El promotor, mi amigo; el
intermediario, yo; el solucionador, el lobo de mar; el técnico, el ingeniero;
la acompañante, el clap; un médico y, llegaran mas…
A las 13 horas, tal como estaba
previsto llegué con mi amiga al lugar donde habíamos quedado con el promotor, quien
ya nos esperaba en su “coche con bola”, un Jeep Grand Cherokee legendario, y no
porque ese modelo se denomine así, si no porque debió ser el primer Grand Cherokee
que entró en España allá por el año 1993. Nos dirigíamos hacia el Puerto
a enganchar el remolque cuando detecto algunos defectillos en el vehículo:
Yo.- Se
escucha un ruido en la rueda derecha ¿no?, una especie de chirrido
metálico
El promotor.- Si,
es así, es que no tiene frenos, la pinza de la zapata se ha
clavado en el
disco.
Yo.- Ah,
bueno. ¿Y no crees que la dirección se mueve un poco? parece que te
cuesta
mantener el vehículo en línea recta
El promotor.- Si, es
así, le hemos quitado unos cojinetes de la dirección porque
vibraba demasiado
y los neumáticos son cada uno de un perfil
diferente, creo que uno de
ellos es para nieve.
Yo.- Ah,
bueno, al menos funciona.
El promotor.- Bueno,
no sé yo, solo engrana una marcha, la cuarta, menos mal
que al ser automático
tiene la D1 para salir.
Yo.- Ah
bueno, de todas formas de tu casa al Puerto casi todo se hace en
descenso,
veremos cómo es el regreso.
El trayecto se hizo sin
problemas y pronto llegamos al varadero donde nos esperaba el médico con
su sombrero de paja calado para protegerse del incombustible sol. Hice una
llamada a el técnico quien me contestó que tardaría unos
minutillos, a lo que el médico sabiamente aprovechó para
proponer que tomáramos una cerveza y calmar esta tensa espera, así que
sin más dilación nos apostamos en el chiringuito más cercano y nos bebimos las
primeras cañas del día. ¡Qué bien sienta una cervecita en ayunas y con resaca!, o eso dicen… Yo tengo por costumbre hacer caso explícito a todo lo que
me recomienda mi médico, incluso en estos casos.
Enganchamos el remolque y
cuando estábamos a punto de cruzar la cancela del varadero el
técnico pregunta:
- ¿tienes una placa de
matrícula para el remolque?, es que está matriculado en
Bélgica, y si nos
paran…
- El promotor.-
Ah, no pasa nada, el coche no tiene papeles, perdimos la
documentación y ya
decidimos no sacarle el seguro, así que si
nos paran lo mejor es que cada uno
salga corriendo por su lado
- El técnico.- bueno,
sabiéndolo, no hay problema
Llegamos a casa de el
promotor y subimos la moto rápidamente, regresamos al puerto a
la misma velocidad con la que fuimos por primera vez en la que vimos como una
señora con su carro de bebé nos adelantaba en la cuesta del puerto.
Para no recorrer la zona
transitada del puerto con el remolque enganchado, se habilita la barrera de
salida y se accede al varadero directamente. Pero entre una cosa y otra ya eran
las 3 de la tarde, es decir, hora de descanso para almorzar de los operarios
del puerto, así que decidimos unirnos al clan de los comilones y marchamos a
tomar unos menús como buenos marineros.
El técnico nos
lleva a un restaurante en la retaguardia del Puerto con una extensa carta al
estilo “Menú 10€”. El almuerzo fue ameno y divertido, el equipo estaba al
completo, habíamos escogido concienzudamente el mejor sitio de toda la terraza, justo en en el centro de un pasaje entre dos edificios, es decir, nos habíamos sentado justamente en el embudo por donde pasaba todo el viento
de la bahía. Tras unos segundos el plato entraba en fase de pre congelación,
los pelos se me habían erizado tanto que tendían a ser cable/resistencia para
bombillas, la espalda había soportado tal impacto de fuerza eólica que se podía
jugar en ella a pelota vasca, y con disco no con pelota, y el resto de los
comensales se había quedado petrificado de tal forma que solo podía hablar con
ellos mirándome de lado, entornando los ojos, o girando el torso completamente,
así que tal como pedimos el postre nos acercamos a un compresor de aire
acondicionado a calentarnos. Si, julio, 4 de la tarde, 5 amigos frente al aire
caliente del compresor de un aire acondicionado industrial en Puerto
Banús. Y como hay que apuntillar estos instantes para la posteridad allí
aparece el pibón, la hermana de el promotor y una amiga.
- ¿Por qué os refrescáis con
ese aire caliente, no sería mejor esa brisa fresca que
corre por ese pasaje?
(yo creó que pensó “vaya pandilla de gilipollas”)
Ninguno pudimos contestar, el
aire caliente nos había secado la garganta completamente y nuestra cara solo
expresaba la estupidez más absoluta. Solo uno de nosotros pudo entrelazar
algunas palabras.
- Vamos… a descargar… la moto…,
al fin. ¿Quieres venir?
- El pibón.- Vale,
pero aparqué el coche lejos, me voy con vosotros en el coche.
Eso lo dijo antes de ver el
coche de el técnico, un Alfa 156 versión especial
Puerto con tapicería de terciopelo. El médico ofreció su plaza y finalmente nos ajustamos
los 6 dentro del coche. Yo y mi 1'94m, y los demás, provocando una de las imágenes que
recordará Puerto Banús durante décadas, una muestra de elegancia y
majestuosidad que ni el paseo de Miss Daisy.
Lentamente llegamos al varadero
y descargamos la moto, tratamos de arrancarla pero estaba sin batería. Era el
momento de hacer la llamada más importante del día.
El técnico.- Tenemos
un problema, la moto no tiene batería, le he dado una
carga desde el coche pero
no es suficiente para que arranque una
vez la pongamos en el agua
El solucionador.- Algo
podremos hacer, dame unos minutos y te llamo de nuevo.
No se recibió llamada alguna de
retorno, el solucionador apareció a los dos minutos con un
booster en la mano (batería portátil con potencia suficiente para arrancar
motores de gran cilindrada). Y llegó el momentazo.
La maquina engancha la moto, la
eleva y en ella está subido el técnico para controlarla al ser
depositada en el agua. Se le ha quitado la tapa para acceder a la batería
y el solucionador se ha sentado en la parte trasera del
asiento espalda contra espalda con el técnico, el booster en una
mano y los cables para conectar en los bornes de la batería en la otra mano. La
moto se descompensa levemente en el aire y por un segundo tuve un Dejavu: era
pequeño, tenía unos 12 años y estaba disfrutando de la Feria con mis primos
cuando decidimos subirnos en un nuevo espectáculo, “El Galeón Pirata”, ese
aparato que te mueve como un péndulo hasta ponerte en posición horizontal
completamente mientras ves como el resto de personas caen y tú te agarras como
un naufrago a lo primero que ves aunque sea la patilla de unas gafas o los
cordones de unas bambas que vuelan por el aire.
El solucionador me
mira, sus ojos expresan, “lo colgaba de una de estas cinchas”. El vaivén se
había neutralizado pero pronto toparon con el agua, y en ese momento el
técnico acelera; el solucionador era una especie de
maniquí de pruebas de choque totalmente descoordinado, todo en él era una
figura imposible; el cuerpo encorvado trataba de mantenerse erguido, las manos
dentro del hueco de la batería enganchando los cables, las piernas por arriba
sin apoyo alguno y de esa cavidad manaban miles de chispas procedentes de cada
uno de los intentos de conectar los cables, a la vez que se escuchaba una voz
ronca y profunda:
- El solucionador.- ¡¡para
coño, para ya!! ¿Me vas a llevar a Algeciras así?
- El técnico.- Esto
no tiene freno, creo yo…
- El solucionador.- Como
no va a tener freno una moto, ¡tira de la palanca!
No hizo falta, la moto paró al
chocar contra el embarcadero. Ambos quedaron sobre el manillar, la batería
chispeando y el operario finalizó, “bueno, cuando dejéis de jugar me
avisáis”. El solucionador anotó otra cara más en su particular
lista de asesinables de ese día.
Una hora después, la moto
estaba atracada y nosotros descansando tras una durísima jornada.
El equipo había funcionado como
un reloj caribeño y el trabajo se había realizado en el tiempo previsto, 6
horas de nada.
Esto sí que es “otro
día en el edén”.